Vale, que tu decías «cinta». Pero si llegamos a poner cinta en el título del post no te enteras de lo que hablamos, y de esta forma tu cerebro ha entrado en modo «retro» en cerocomados segundos y ya te están viniendo un montón de recuerdos a la memoria. ¿A que si?
Y es que hoy leemos (merci por el link) que las cintas están de aniversario. Concretamente hace 50 años que se empezaron a comercializar, parece ser. Y ha sido leerlo y entrarnos un respeto muuuuyyyy grande por aquellas cajitas plásticas que tan buenos ratos nos hicieron pasar, aunque ahora las hayamos relegado al más despreciable olvido. Y es que, ¿quién no recuerda alguna de aquellas cintas como auténticos tesoros que se escuchaban una y otra vez, que te acompañaban en tus mejores momentos?. Qué bonito lo de la «cara a» y la «cara b»; qué bonito lo del «rec» y el «pause»; qué bonito lo de escuchar la radio con todos los sentidos puestos para ver si pillabas esa canción que tanto te gustaba; qué bonito eso de ir compilando tus canciones favoritas; qué bonito lo del «wronch» que inevitablemente se escuchaba cada vez que le dabas a grabar (independientemente de tu destreza para simultanear el «pause»); qué bonito la agilidad de muñeca que desarrollabas cuando agarrabas el bic para rebobinar sin gastar las pilas; qué bonito lo de aprender a arreglarlas con celo el día que (oh, tragedia) se te quedaba enganchada; qué bonito lo de tener una colección reducida de canciones favoritas (todas requetesabidas y requetescuchadas); qué bonito lo de crear una cinta nueva con las mejores para llevártela a aquella fiesta o aquella futura escapada de fin de semana; qué bonito lo de buscarlas un título que resumiese su esencia; qué bonito el esmerarte con la letra al rellenar el contenido (en aquella cartulina asquerosa en la que siempre se corría la tinta del bolígrafo) y qué bonito el ritual final de poner la pegatina en cada cara (dichosa pegatina demasiado alargada que siiiieeempre se arrugaba); qué bonitas las TDK transparentes, tan modernas ellas; qué bonito lo de romper la pestañita aquella cuando ya habías alcanzado la excelencia y aquella cinta no había quien la mejorase; qué bonito descubrir que si le ponías un celo al hueco podías volver a grabar esa cinta cuando ya te habías aburrido de ella (y qué poco bonito que tus hermanos descubrieran que podían hacer eso mismo con tus cintas); qué bonita la emoción y el mimo cuando grababas una cinta para alguien (emoción multiplicada exponencialmente cuando el destinatario era ese «otro» alguien)…
Ay… ¡qué bonito!